“Lo familiar, precisamente por sernos familiar, no es algo que conozcamos. Uno de los autoengaños más habituales y también una de las formas más habituales de engañar a otros es presuponer en el conocimiento (…) algo como familiar”.
G. W. F. Hegel
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Podría indicarse que la vida cotidiana se basa en la ignorancia de la repetición. La gente no logra saberlo, pero aquello que parecen decisiones personales, producto de un proceso racional de evaluación de escenarios, es en esencia una copia de momentos y actitudes replicadas masivamente a su alrededor. Una autofoto frente al espejo de un ascensor para exponer el atuendo elegido reproduce no solo la foto que está de moda, sino la ropa que se utiliza en este tiempo y con los gestos que se comprenden aceptados por sus contemporáneos en la era presente. Unos jóvenes hablan en un programa que se transmite en redes sociales con luces de neón de fondo y solo con anécdotas personales para sustentar lo que tienen para opinar, mientras se ríen todo el tiempo entre ellos; y unos actores y actrices, que llegan tarde a la política, luego de entrar gratis a los boliches por años, en el tiempo en que debían estar, por el contrario, leyendo sobre teoría social para no hablar ahora generalidades repetitivas, conforman solo algunos ejemplos de los modos en que la sociedad se representa en esquemas secuenciales de lo mismo. Y fundamentalmente, todo ocurre sin consciencia de ello.
A través de la idea de repetición pueden pensarse otros elementos, en especial aquellos relativos a la función que podría cumplir este mecanismo en los procesos sociales. Esto abre algo más el panorama interpretativo, ya que asumida de manera veloz, la repetición podría tener formato de crítica, en tanto aquel que no ofrece novedad sería reflejado como un representante de una copia simultánea de lo aceptado. El sistema educativo, por lo menos en su promesa, intenta ofrecer componentes para el funcionamiento de la individualidad en condiciones de creatividad y expansión de las personas como un reflejo del tiempo de la era moderna, que premia y valora al ser creativo y expansivo; algo que el liberalismo, por ejemplo, intenta promover, ya que la competencia creativa en el mercado es entre personas únicas. Esta valoración a lo original, y castigo a la recurrencia, suele dejar más lejos la búsqueda por aquello que al mismo tiempo la repetición hace posible. Es decir, que todos hagan procesos similares colabora en otros componentes, sobre todo, y muy especialmente, hace posible la reproducción social. La repetición es un marco de referencia, es lo que indica lo posible en contra de lo no posible, y ya con eso cumple un rol extremadamente fundamental en la vida de las personas.
Este gobierno agita originalidad, pero no parece que Bullrich o el propio Milei lo estén siendo demasiado.
En la teoría social se ha dado especial importancia a la idea de cultural, moral o valores, como componentes de base o marcos generales para definir las acciones factibles de cada momento. Sin embargo, en la idea de repetición hay posiblemente una ventaja operativa en su recurrencia. ¿Dónde están los valores o la cultura? ¿Son una base para la acción o son lo que se reproduce en cada acción? Con cada foto que se sube a redes sociales con un ojo guiñado y la lengua afuera, con cada crítica repetida hasta el hartazgo al gobierno nacional porque no cree en un Estado presente, o con cada noticia triste que se comunica con música de fondo acorde a la tragedia, la sociedad encuentra su manera de subsistir, no solo porque allí se acciona lo posible, sino porque en ese accionar se mantiene viva como organismo.
Vale la pena pensar estos elementos alrededor de la política, en especial en contextos que parecen de novedad, cuando en realidad son de repetición. La experiencia Milei sigue siendo observada por sus contemporáneos como inaudita, incomprensible, nueva e indescifrable; y poco esfuerzo, más allá de los obvios, se realizan para ubicarlo en alguna zona conocida. Igual que la foto que repite el gesto de todos, el peronismo no tiene más ideas que la de pensar a Milei en términos locales buscando el gobierno de la historia argentina que se le parezca en medidas, para vaticinar un fracaso que por ahora sigue sin llegar. Esta insistencia por lo mismo no solo garantiza un buen desempeño electoral para Milei y sus estrategas, sino que produce una función de sostenimiento en la misma dirigencia peronista. En esta oposición a Milei, que se describe sobre componentes de secuencias imitadas sobre ellos mismos, es donde probablemente el peronismo logre garantizar la sobrevivencia de sus dirigentes como una manera de “industria nacional” de hacer política.
A través de Milei no solo se ha abierto la importación de bienes de consumo, sino el acceso masivo a ideas de derecha exitosas y predominantes en el tiempo presente. No se trata de conceptos triunfantes siempre y en toda circunstancia, pero sí de aprendizajes sobre mensajes que en este tiempo, bajo contextos muy específicos, tienden a dar buenos resultados. En el libro del antropólogo Didier Fassin Las fuerzas del orden, se puede leer un breve derrotero del modo de transformación en Francia del accionar de las fuerzas de seguridad y el cambio de observación sobre el delito entre los años 2005 y 2008, como un espejo interesante de lo que se anuncia desde el Estado nacional ahora para reprimir en manifestaciones o tratamiento del delito en general. No parece, bajo estas indicaciones, que Bullrich o Milei estén siendo muy originales o genios insólitos en la manera de hacer política. Al contrario, vienen con veinte años de demora.
Colocar a Milei en un contexto de repetición y no de originalidad puede ayudar a comprender los hilos que le dan forma a esta experiencia, y a lo que permite y ofrece en términos de función. Milei y sus estrategas saben que es nutritivo criticar al kirchnerismo, decir que en la provincia de Buenos Aires hay un baño de sangre, fomentar la expulsión de los extranjeros sudamericanos o denunciar casos de corrupción. Sus rivales, en lugar de asumir esto como movimientos sensibles y fructíferos para la generación de seguidores, y producir, por lo tanto, algo equivalente en espejo, dedican tiempo a discutir si es o no real el contenido de lo dicho, abriendo debates morales sobre la “posverdad” (y lo que vaya a ser que eso significa), la importancia de la democracia y la industria nacional, las pymes y el valor de la cultura; mientras el Presidente se dedica a disfrutar la escena, justamente repetida, de estos accionares que nada logran producir contra él. Justamente, creen ser originales en sus comentarios, pero solo se repiten entre sí, en una secuencia que únicamente produce la unión entre esos iguales.
Probablemente, Milei sepa separar mejor que este resto de personas, el contenido en sí, de lo que ese contenido genera como producto. En esa escisión entran Scioli, la unión con el PRO, la invitación a la “tábula rasa” de todos, el comercio con China y las retenciones al maíz. En realidad, ya debería quedar claro que este gobierno simula originalidad y disrupción, cuando por el contrario, ofrece una familiaridad que todavía casi no logra ser vista. Es un producto inspirado en casos ajenos, y que probablemente con el tiempo, sean más comprendidos, en especial, ahora que las trabas a la importación son menores, y el progresismo local pueda enterarse de lo que se discute en otros países que pudieron evitar la lectura de Jauretche.
*Sociólogo.